Entre la multitud de actividades que las personas llevan acabo a lo largo de sus vidas, es
el arte, en gran medida sometido a la hegemonía cultural de su momento, el que ha
demostrado su rostro más inofensivo al simplificar burdamente su gran capacidad de
profundizar e incidir socio-políticamente en la humanidad desde algo tan puramente
humano como es la propia actividad artística.
Por inercia, por miedo, por obligada clandestinidad, por estar al servicio de los poderes
fácticos o por la mera incapacidad de quienes poseían talento pero no una situación
favorable para crear, son algunos de los motivos por los que el arte no ha conseguido
sacar su propia y verdadera naturaleza: convertirnos en espectadores conscientes para
percibirlo todo y a la vez dotarnos de una herramienta al servicio para la comunicación
colectiva.
El arte ha sido desmantelado históricamente para neutralizar su potencialidad transformadora, el sistema capitalista no tolera disidencia alguna, por ello no es de extrañar, que su batalla por hacer del arte un mero producto a mercantilizar para especular pretende minimizar , cuando no fagocitar, toda posible contra-hegemonía cultural -por escasa que sea- para perpetuar las relaciones de poder actuales.
Estaríamos cieg@s y seriamos profundamente neci@s, si desarrolláramos una crítica por la crítica contra el arte, protagonista y principal víctima de la ofensiva desideologizadora que emprende este sistema contra todo lo que puede dotar a las mayorías sociales de herramientas para la mejora de sus condiciones de vida.
Entendemos también, que otras vertientes artísticas -como la música o la interpretación teatral- sufren menor grado de invisibilización, banalización y satirización en comparación con el arte plástico, el motivo sería que ciertos sectores han utilizado históricamente estas herramientas artísticas como sustento de un ocio vacío, creando el dualismo: Ocio sí, cultura no, la cultura siempre es peligrosa para aquellos que pretenden mantenernos sometid@s.
Al arte le sobra creatividad, pero le falta la valiente decisión de incidir en lo cotidiano a
pie de calle. Por el contrario, los movimientos políticos y sociales sufren una profunda
crisis creativa, que les enroca en dinámicas de nula rentabilidad, pero poseen el
protagonismo tanto de las problemáticas como de las soluciones. Por ello, son el agente
legítimo y necesario para poner en marcha, enriqueciéndose del arte y del diseño, la
profunda transformación social que ansiamos.